¿Por qué no deberíamos utilizar términos como “discapacitado” o “minusválido”?
En Stannah, decimos “sí” a crear puentes de accesibilidad y al uso positivo del lenguaje.
Escrito por Stannah
A diario sentimos la necesidad de distinguir y concienciar sobre la diferencia entre los términos “discapacitado”, “minusválido”, “personas con discapacidad” o incluso “personas con diversidad funcional”. ¿Por qué lo hacemos? Porque hemos evolucionado hacia un tiempo en el que nuestros clientes han dejado de ser meros espectadores, para ser verdaderos protagonistas en su recorrido hacia una vida con más calidad, en plena igualdad de oportunidades, donde el respecto que reciben de las marcas debe ser siempre genuino, empezando por la forma como comunicamos.
Por eso, en la reflexión de hoy, nos enfocaremos sobre el poder del lenguaje positivo y sobre cómo las palabras duelen, sanan y pueden cambiar vidas.
Hay que tomar conciencia de los errores de nuestro lenguaje para poder cambiarlo.
Inspirados por Luis Castellanos y sus trabajos en el terreno de la neurociencia cognitiva en la Universidad Complutense y el Instituto de Salud Carlos III de Madrid, se sabe hoy que es posible mejorar la salud y aumentar el bien estar de las personas a través del buen uso que hacemos del lenguaje, ya que lenguaje y emociones están interconectados y directamente relacionados con la creatividad y las decisiones vitales que cada ser humano debe tomar a lo largo de su vida.
En las palabras tan alentadoras de Luis Castellanos, sabemos que:
“Lo más importante del lenguaje, y del lenguaje positivo y de las palabras positivas, es que te están dando una energía que antes no sabíamos que venía del lenguaje. Ahora sí sabemos que viene del lenguaje.”
Puesto que existen 650 millones de personas con discapacidad, ya sea a causa de una limitación física o mental, se convierte en algo aún más urgente esta capacidad de mostrar y ver el lado favorable de las cosas a través de un lenguaje positivo. Para todas estas personas, todo empezaría por sentir el respeto, la comprensión y el interés de una sociedad, en ese primer impulso de energía que necesitan para llegar donde todos llegan, en igualdad de condiciones.
Por todo esto, no solo es necesario entender qué es lo que distingue estas palabras del punto de vista lingüístico, pero, sobre todo, del punto de vista social.
¿Cuál es la diferencia entre “discapacitado” o “minusválido” y “personas con discapacidad” o “personas con diferencia funcional”?
Empecemos analizando los términos del punto de vista lingüístico. Según el Diccionario de la RAE:
Discapacitado-da:
[Persona] que no puede realizar ciertas actividades debido a la alteración de sus funciones intelectuales o físicas. Formado por calco del inglés disabled, es neologismo asentado en nuestro idioma. Se desaconseja la forma descapacitado, variante antietimológica y de muy poco uso. El sustantivo abstracto es discapacidad, no descapacidad.
Según la Organización Mundial de la Salud:
“Discapacidad es un término general que abarca las deficiencias, las limitaciones de la actividad y las restricciones de la participación. Las deficiencias son problemas que afectan a una estructura o función corporal; las limitaciones de la actividad son dificultades para ejecutar acciones o tareas, y las restricciones de la participación son problemas para participar en situaciones vitales. Por consiguiente, la discapacidad es un fenómeno complejo que refleja una interacción entre las características del organismo humano y las características de la sociedad en la que vive.”
Un reparo importante es que jamás deberemos decir que alguien “es” discapacitado, ya que su sentido encierra el “ser menos capaz que”. Así que es fundamental eliminar el término “discapacitados” como sustantivo por tratarse de un término sumamente peyorativo y mejor decimos “personas con discapacidad”, implementado en España desde el 2007, con la Ley 39/2006, de 14 diciembre de Promoción de la Autonomía Personal y Atención a las personas en situación de dependencia, Disposición adicional octava. Podríamos considerar a las “personas con discapacidad” al grupo de personas con discapacidad conscientes de las innumerables barreras (arquitectónicas, laborales, psicosociales…) a las que tienen que hacer frente para desarrollar una vida normalizada, participativa e integrada en el conjunto de la sociedad.
Por otro lado, si buscamos la palabra “minusválido”, simplemente nos devuelve información sobre la raíz etimológica y, en seguida, sugiere la palabra “discapacitado”, como adjetivo, y no como sustantivo.
Del lat. minus ‘menos’ y válido.
adj. discapacitado.U. t. c. s.
Pero la raíz etimológica de la palabra “minusválido” encierra todo un espectro de connotaciones negativas que las personas con movilidad reducida desean ver eclipsadas, que es la acepción de que son “menos válidos”. Es evidente que nadie debería ser menos válido que nadie por sus limitaciones. Este es un ejemplo claro de cómo una palabra con una carga negativa tan fuerte ha tenido un impacto tan grande en nuestra sociedad, reflejado en la constante negación de igualdad de oportunidades y de integración social. Pero que los términos más apropiados estén escritos en normativas o leyes, no es suficiente. Hay que cambiar actitudes, costumbres, empezando por la forma como hablamos y comunicamos.
Otros términos que escuchamos y leemos a menudo son “deficiencia” y “invalidez”, utilizados para indicar una pérdida de una estructura o función psicológica, fisiológica y anatómica. Aunque se prefieren y recomiendan las alternativas “diferencia orgánica” o “diferencia funcional”.
Nos damos cuenta de que hemos evolucionado algo cuando comparamos, en Google, los resultados obtenidos al buscar:
- “persona con discapacidad” – 90.700.000 resultados;
- “persona con diversidad funcional” – 18.300.000 resultados;
- “discapacitado” – 5.850.000 resultados;
- “minusválido” –2.360.000 resultados.
En 2018, el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) publicó los resultados preliminares del Estudio Nacional sobre el Perfil de las Personas con Discapacidad, y en se documento trató también de rectificar el significado de lo que es la discapacidad.
Es evidente que el término dominante es “personas con discapacidad”, que puede considerarse como el oficial, difundido en normas y clasificaciones como la del CIF. Pero este es también un término que queremos superar con el de “persona con diversidad funcional“. La conquista es que hemos superado a otros términos con una carga más peyorativa, como “minusválidos” o “discapacitados”, que, sin embargo, se siguen utilizando en medios menos especializados en la materia.
¿Por qué es más adecuado decir “persona con diversidad funcional”?
Para determinar qué es lo que tenemos de “diverso” – y en común – las personas con discapacidad o diversidad funcional, utilizamos las palabras difundidas en el Foro de Vida Independiente y Divertidad, por Agustina Palacios y Javier Romañach:
- Cuerpos que tienen órganos, partes del cuerpo o la mente o su totalidad que funcionan de otra manera porque son diferentes.
- Mujeres y hombres que por motivos de la diferencia de funcionamiento de su cuerpo o su mente realizan las tareas habituales, (desplazarse, leer, agarrar, vestirse, ir al baño, comunicarse, etc.) de manera diferente. (Podríamos decir, mujeres y hombres que funcionan de otra manera).
- Colectivo discriminado por cualquiera de las dos razones arriba expuestas.”
No cabe duda de que el término “diversidad funcional” transmite algo mucho más positivo. Pero para acuñar la expresión “diversidad funcional” han hecho falta muchos años de esfuerzo por parte de muchos. Esta es la expresión que refleja lo que verdaderamente somos, independientemente de nuestra condición física o mental: personas adaptándose al medio con los recursos que tenemos. Porque, desde luego, todos aspiramos a tener el mayor nivel de vida y la mejor calidad de vida posible.
Sin embargo, no es tan evidente que “diversidad funcional” podría ser el término más adecuado si lo que se pretende es dar visibilidad y voz a este grupo de personas que emprende una lucha diaria con obstáculos y estigmas. Ejemplo de esto ha sido reivindicación del CERMI (Comité de Entidades Representantes de Personas con Discapacidad) de Canarias, en el 2017. El argumento es que mediante la expresión “personas con discapacidad” se permite dar a conocer una realidad y se hace visible su esfuerzo y la defensa de sus derechos, mientras que “diversidad funcional” podría tener menos impacto, ya que es un término más ambiguo. Por eso, se reivindican que:
“No nos cambies el nombre, ayúdanos a cambiar la realidad”
Porque las palabras son físicas, así que, ¡sea impecable con sus palabras!
Defendemos, aun así, que el uso de un lenguaje positivo es el camino correcto para cambiar la realidad. Porque las palabras son físicas, duelen y tienen un impacto real en las personas. Por eso, todos tenemos el deber de ser impecables con las palabras que utilizamos en nuestro día a día, ya sea cuando nos dirigimos a conocidos o a desconocidos. Todo eso empieza en la familia y tiene continuación en la escuela. No debemos nunca subestimar el poder del lenguaje como herramienta educativa, sobre todo cuando se trata de educar a una sociedad entera. Sin olvidar que, por encima de todo, es necesario educar y dar las herramientas necesarias a las personas que viven con diferencias funcionales, para que tengan los recursos psicológicos y físicos para llevar a cabo una vida plena.
¿Pero de donde han surgido tantos términos diferentes? No es fácil saber distinguirlos y, en la mayoría de los casos, su mal uso se debe simplemente a desconocimiento. Pero os damos un ejemplo práctico:
- Una persona que nace sin piernas tiene una “deficiencia”;
- Esa persona tiene problemas para andar, es decir, tiene una “discapacidad”;
- Esa discapacidad puede proporcionar problemas de independencia física, es decir, una “minusvalía”;
- Pero si esta persona logra solucionar su problema de independencia, dejaría de tener una “minusvalía”, para tener simplemente una “discapacidad”;
- Sin embargo, esta misma persona es igual a todas las demás y simplemente presenta una “diferencia funcional”.
Es muy importante ser conscientes de estas diferencias para nunca herir ningún tipo de susceptibilidad. Como sociedad, tenemos, entre todos, la obligación de hacer que la palabra “minusvalía” deje de ser una realidad para muchas personas con discapacidad, para que, al final, se considere una época menos positiva de nuestra historia, o una palabra arcaica, en total desuso.
Ahora, importa mirar hacia el futuro, y lo que más deseamos es que esa historia que vamos a construir sea buena, es decir, que esté repleta de momentos positivos. Pero eso solo es posible si esa vivencia se hace acompañar de un lenguaje positivo. El lenguaje positivo es esa herramienta que abre horizontes y nuevas perspectivas de vida, a medida que la persona con diversidad funcional confía en sus proprias posibilidades, sabiendo que el “sí” es una opción real, una opción a su alcance, un motor para su motivación. Sobre el poder del lenguaje, Luis Castellanos entiende que el “sí” construye puentes y eso es todo lo que pretendemos en Stannah:
Construir puentes de accesibilidad para que nuestros clientes con discapacidad puedan alcanzar su independencia y libertad, en igualdad de condiciones, dentro y fuera de sus casas.
Por la liberación de las personas con diversidad funcional señaladas como dependientes
En Stannah, particularmente, sentimos la responsabilidad de decir “sí” a la creación de “puentes” de accesibilidad que faciliten la eliminación de barreras arquitectónicas y, de este modo, ayudar a eliminar el flagelo de la “minusvalía”, fomentando la autonomía, la integración y la mejora en la calidad de vida de las personas con discapacidad.